El texto publicado por “The San Diego UnionTribune”, es de Luis López Reséndiz, director del Center for Indigenous Languages and Power. Él nació en Tijuana y ahora vive en Los Ángeles.
Crecí en lo que se conoce en el movimiento chicano como “The Borderlands”, el espacio fronterizo donde se encuentran muchos mundos, y en mi mundo soy mixteco [un miembro de un pueblo indígena del sur de México conocido por su habilidad en la cerámica y la metalurgia].
Nací en la Colonia Obrera en Tijuana, México, ya la vez pertenezco a la comunidad de San Jerónimo Progreso, en Silacayoapam, Oaxaca.
A los 12 años emigré con mi familia a San Diego y a los 19 años me involucré con una organización indígena para denunciar la violencia que sufrimos por el simple hecho de ser indígenas.
Mi abuela era una mujer de negocios que no necesitaba hablar bien español para vender artesanías en la Plaza Santa Cecilia en Tijuana. A mis ojos, ella siempre fue una guerrera que luchó por sus derechos, pero a los ojos de la mayoría de los mexicanos, ella era todo lo contrario.
En casa, los adultos siempre hablaban con los más jóvenes de lo peligroso que es el mundo cuando nos presentamos abiertamente como mixtecos o indígenas, porque la sociedad tiende a reaccionar negativamente, con violencia verbal o física.
Pero nuestra voz se ha convertido en nuestro escudo para defendernos, para hablar de cómo este racismo migra junto con la comunidad latina y cómo se intensifica en Estados Unidos, porque la lucha es no desaparecer y no ser borrada por la identidad latina.
Abordar el tema del racismo en la comunidad latina es complejo. Es un tema del que nuestra comunidad evita hablar porque implica reconocer ciertas prácticas que hoy ya no forman parte de la visión colectiva para construir una mejor sociedad.
Entonces se ignora este tema, y al ignorarlo, solo se hace crecer el racismo desde sus raíces.
En Estados Unidos vivimos un momento importante. Muchos espacios tradicionalmente blancos se han transformado. La llamada “comunidad latina” gana espacio en la política y liderazgo en las organizaciones. La comunidad latina pasó de ser una minoría a una mayoría muy visible.
Por ejemplo, escribo desde Los Ángeles, la ciudad con las comunidades de inmigrantes más grandes de México, El Salvador y Guatemala, entre otros países del hemisferio occidental. En esta ciudad, muchos comparten el deseo de cambio. Sin embargo, esta ciudad también inició la conversación en torno al racismo que se puede institucionalizar cuando el poder está en manos de hombres y mujeres latinos.
En las últimas semanas, inmigrantes indígenas han construido puentes comunitarios con personas negras en Los Ángeles para denunciar el racismo entre los latinos.
Esto ocurrió después de que alguien filtró el audio de una conversación de octubre de 2021 entre Nury Martínez, Kevin de León y Gil Cedillo, tres entonces miembros del Concejo Municipal de Los Ángeles, y Ron Herrera, el entonces presidente de la Federación del Trabajo del Condado de Los Ángeles. En el audio hablan cómodamente de manera homofóbica, racista y clasista sobre negros e indígenas migrantes en la ciudad, especialmente en la comunidad oaxaqueña.
Las personas involucradas en esta conversación eran líderes de la comunidad latina y tenían mucho poder político. Ellos fueron la cara del movimiento latino progresista en el sur de California y, lamentablemente, en el silencio de esta conversación, podemos analizar lo complicado que es este tema.
Los comentarios que hizo Martínez sobre un niño negro, diciendo “parece changuito” —como un monito— destruyeron todo lo que se había construido durante mucho tiempo. Para la comunidad inmigrante, sus comentarios sobre los oaxaqueños, llamándolos “pequeños morenos, bajitos” y diciendo: “Me alegro de que estén usando zapatos”, este último comentario racista hacía referencia a una frase discriminatoria popular utilizada en México, reforzando la idea que los indios bajaban de las montañas a las ciudades en ropa interior, descalzos y tocando tambores. Al decir que ahora usamos zapatos, dan a entender que somos vistos como mansos, indígenas y no tan salvajes.
No somos latinos ni hispanos. Somos mixtecos y nuestra identidad política es indígena. Reconocer esta diferencia es importante porque los indígenas migramos a este país con nuestras propias tradiciones y costumbres, con nuestras propias lenguas y nuestra propia forma de entender el mundo. No queremos ser vistos como personas que sufren, porque después de más de 500 años de violencia y despojo, somos sobrevivientes además de migrantes.
En la sociedad que queremos crear no hay lugar
para el racismo. No hay lugar para prácticas anti negras o anti indígenas.
Queremos un futuro para todos, que no sea paternalista y que no reprima la
autonomía de las personas, sino que ayude a tener días mejores, donde podamos
tener una sociedad con una gran diversidad de culturas y lenguas.